PÁJAROS Y MEMORIA

20 de novembro de 2013 Processocom

Alberto Pereira Valarezo

Hablar o, mejor, escribir sobre pájaros es referirse a la vida. Seres inseridos de recuerdos, simbolismos, poesía, testimonios naturales, presencia viva. Si hablásemos de sus orígenes, tendríamos que decir que nos antecedieron como la mayoría de las especies y, ahora, nos acompañan hasta en las ciudades, a pesar del ruido y otras incomodidades.

Viene al canto el tema por causas de orden personal nuevas que me han enfrentado con ambientes y momentos especiales; conjunción de la cual emergen reflexiones que antes no tuvieron cabida ni importancia, y cuyas sensibilidades afloran espontáneas ahora.

Efectivamente, morar en São Leopoldo es convivir con los pájaros. Abundan en parques, en espacios verdes, en los árboles de la ciudad. Sus cantos y trinos son tan cotidianos que, al parecer, sus habitantes no reparan en ellos, ni en su mansedumbre, solo comparable a la que se observa en las Islas Galápagos.

Yo nací y viví mis primeros años prácticamente en el campo, muy cerca de la ciudad (Zaruma, Ecuador), y mi experiencia con los pájaros – ahora tengo conciencia de ello – fue muy rica. Conocía – creo – casi todas las especies que habitaban en los entornos de nuestro barrio “Limoncito” y  otros tantos; los diferenciaba por su canto, color, costumbres etológicas. Reconocía la estructura y los materiales con los cuales preferían construir sus nidos, conocía en dónde habitaban y se reproducían, qué alimentos ingerían, y más. Para aquel entonces no tenía noción de que los ornitólogos eran los especialistas de este mundo de ensueño.

En la Zaruma y alrededores de aquel tiempo, eran comunes los mirlos, tordos, palomas torcazas, tórtolas, azulejos, quindes (colibríes), chilalos (horneros), ajiceros, arroceros, churucas, surumbelas, piscuelas (garrapateros),quililíes, gorriones, pájaros carpinteros, petirrojos, pájaros bobos, pericos – verdes y negros –, entre los que recuerdo. Sin olvidar, por supuesto, las afamadas y poéticas golondrinas que, en la actualidad, se han convertido en una más de las atracciones turísticas de esta pequeña pero bella ciudad – Patrimonio Nacional del Ecuador –. Son estas aves, no hay duda, un espectáculo cotidiano que dibuja en el aire paisajes imposibles, sobe pretexto de limpiar de insectos la atmósfera zarumeña; y, a la hora de dormir, abarrotan el tendido eléctrico del parque central y los ventanales de la Iglesia Matriz, en un tejido por ellas inventado.

En São Leopoldo, de entre algunos alados que lo pueblan, el sabiá y el joão de barro son los pájaros que he logrado identificar con claridad. El hermoso sabiá, que en español se conoce como zorzal, maravilla con su canto melodioso e insistente; tanto insiste, ciertamente, que es posible escucharlo desde las dos y tres de la madrugada en esta primavera citadina. Es un pájaro que habita, sobre todo, al sur del continente americano, y es muy reconocido y admirado en Brasil, en donde poetas y cantores le ha rendido pleitesía.

Por su parte, el joão de barro (hornero, el “chilalo” zarumeño) es uno de los pájaros más conocidos en todo el continente nuestro. Se caracteriza – y de allí su nombre – por construir nidos de barro mezclado con paja y estiércol. Arquitectos y constructores consumados, estos pájaros – según los especialistas – nunca se reproducen en tan perdurable ambiente, más que una sola vez; por lo que, aquellos “hornos” en miniatura se convierten pronto en nidos de otras aves o escondrijos de especies distintas. A lo sumo, llegan a construir otros nidos de barro sobre el primero, y así hasta una decena más, cuando las condiciones lo permiten. Estos simpáticos pajaritos siempre andan en pareja, y hasta su sui géneris cantar lo efectúan a dúo, por espacio de unos seis o siete segundos; cada media hora – en el imaginario popular –. Gustan de caminar por el suelo, y apenas si se detienen un instante. A la vista de los humanos, parecerían nerviosos. Mansos y abundantes posan y revolotean en São Leopoldo; y, para mí, son un ancla natural de sonidos y memoria refrescantes.

Diferente en mi experiencia es el “quero-quero”; pájaro insignia de esta parte del mundo, y más pegado al suelo. Suele emitir un graznido cuando alza el vuelo, para – en poco tiempo – volver a posarse en la tierra sin sigilo alguno. Nadie puede dudar que estas aves son territoriales, y cuando se ven amenazadas en sus dominios, atacan a los intrusos, incluido el humano.

Entre las ramas de los árboles de la ciudad, proliferan unos diminutos pajarillos que aún no he acabado de identificar (tienen apariencia de gorriones). Su trinar incesante, sin embargo, es parte del paisaje leopoldense.

Pájaros, recuerdos, memoria, presente, poesía; Zaruma, São Leopoldo: una fracción de un todo.

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