APRENDIZAJES DE LA MEMORIA II – ¿Tres personas distintas y un solo Dios verdadero?
18 de maio de 2018 Júnior Melo da Luz
Cual rompecabezas nos estructuramos las personas, y caminamos por el mundo cargando ideas, entusiasmos, enseñanzas, amores, saberes, filosofías, dudas, y cuánto más de otros seres humanos, casi sin reparar en ello. No obstante, cuando logramos detenernos un poco en esa caminata y reflexionamos, aguijoneados por la vida y sus infaltables avatares, se perfilan hechos y personas en el horizonte que pueden cambiar el curso de nuestra existencia.
Sin prisa aparente alguna –que yo sospechara-, como quien quisiera saciar una curiosidad del cotidiano, mientras deshierbábamos un cafetal, Rodolfo Macas, nuestro peón habitual y de confianza en la finca, un día de esos, cuando las vacaciones mostraban el rostro campesino sobre la tierra mojada y olorosa, me espetó esta pregunta: “Oiga, usted que asiste a la escuela y que recibe religión con los padres, puede explicarme, ¿cómo es eso de que hay tres personas distintas y un solo Dios verdadero: padre, hijo y espíritu santo?” Ante mi silencio inicial y titubeo, posterior, por intentar una respuesta a tono con el adoctrinamiento que hasta entonces había recibido, le dije que eso era un MISTERIO –como me lo habían enseñado y lo había leído en los breviarios-; pero que a mí me parecía que Dios debía ser el padre… Entonces, me replicó preocupado: “Si es el padre, ¿dónde está el otro Dios, el Dios verdadero?”
A falta de argumentos de mi parte y un mutis de imberbe –que en mi vida no he olvidado-, una mueca de incredulidad y desaire se dibujó en su rostro, extrañado en sus convicciones de cristiano que buscaba explicaciones de una lógica simple, sin misterios. Don Rodolfo, como yo lo llamaba cariñosamente, era una persona de sencillez acogedora, sin más pretensiones que las de ser útil y no sentirse carga de nadie, gracias a su experiencia y honradez acumuladas. De estatura pequeña, piel cobriza, encorvado por el tiempo, desde un sonriente hablar desdentado, dejaba entrever su lengua atípica que llamaba a curiosidad y dificultaba una dicción definida, aunque suave y comedida.
Peón toda la vida, trabajaba a su ritmo, calculando las fuerzas. Detallista de oficio, se sabía con derecho a ganar el sustento de hombre honesto; garantizar la comida diaria y el sueldo que podía pagarle Lizardo, mi padre; quien, como maestro mayor de la carpintería, cuando era preciso hacerlo, empleaba como ayudante al hijo de nuestro personaje. Evocaciones a las cuales añadiré una que, probablemente, muchos de los coterráneos ni siquiera sospecharían: don Rodolfo era hermano (o pariente bien cercano) del admirado y casi reverenciado Juan Macas, ese mago de las campanas de la Iglesia Matriz de Zaruma, a quien mis paisanos le rendían pleitesía por aquella maestría del repique connotado para “llamar” a misa, y el espaciado “doblar” lastimero, cuando alguien moría en la Villa.
Memorias de un lugar y un tiempo junto a un ser de inocencia sabia, simple en sus actos, de humildad humana; atravesado, sin embargo, por la grandeza venturosa de sus dudas –desnudas de sinrazones y metáforas metafísicas- que me insinuaron temprana y sutilmente un camino poblado de INCERTEZAS sobre concepciones de un poder omnipotente, de soluciones y designios divinos; que han debido sortear travesías de aprendizajes escolásticos, matizados de morales teocráticas y clasistas, aupados por dogmatismos y preconceptos de culturas hegemónicas sostenidos por la Iglesia, el Estado, la escuela, la prensa y otras mediaciones dominantes.
¡Seres humanos de esta hechura, cuánto bien nos hacen con sus dudas!