Colombia, crónica de unas vacaciones – Parte 1

2 de maio de 2016 Processocom

Alberto Pereira Valarezo

CUANDO DE DECISIONES SE TRATA…

Cuando de vacaciones se trata, los interesados en estos deseados momentos barajamos diversas opciones y posibilidades. Esta vez no fue diferente a la de otras ocasiones. El destino sería el extranjero. La primera opción era Chile, que, aunque ya habíamos visitado dos años antes, ahora hubiésemos ido, posiblemente, al norte y a Santiago, capital adonde hace poco tiempo fue a trabajar mi ahijado Marcelo, con quien nos une un gran afecto. Mas, el destino cambió por dos razones: Jiani no conocía Colombia y, justo por esta época, Avianca se encontraba promocionando pasajes a mitad de precio. Además, la depreciación del peso colombiano nos sería altamente beneficiosa, y no menos el expectante momento político-social que este querido país está viviendo para alcanzar una paz duradera después de medio siglo de guerras, desplazamientos, angustias cotidianas.

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Decenas de jóvenes ocupando la Plazoleta del Chorro de Quevedo

SÁBADO, 23 DE ENERO DE 2016

Ha llegado el día de emprender viaje hacia el norte de América Latina. Madrugada –después de una noche de conmemoración con amigos-, trámites aeroportuarios, conexión aérea en Lima, arribo a Eldorado de Bogotá, en los horarios previstos por Taca-Avianca (7.15-11.05-14.30). En la puerta de salida número cinco, nos esperaba Carlos, un tranquilo taxista sesentón que había establecido contacto virtual para llevarnos directo al hostal reservado con anticipación. Mis primeras impresiones al comenzar a circular por las avenidas que nos conducirían al centro de la ciudad fueron de admiración por  la forma cómo Bogotá había crecido tanto, a lo que Carlos de inmediato comentó como un lamento: “la ciudad no da más, no tiene adonde extenderse”; su población bordea los ocho millones o más. Las nuevas avenidas daban cabida al Transmilenio (el servicio público masivo de autobuses biarticulados), y a los grandes edificios del sector; los amplios espacios urbanos que recorríamos parecían comunicarnos una expansión sostenida.

Después de unos veinte minutos, lo plano del recorrido se transformó en requiebros, con subidas y bajadas, calles estrechas, hasta llegar al hostal, cuya primera impresión no fue  alentadora para nada; pues, al parecer, el baño de la habitación reservada tenía alguna avería, por lo que era menester trasladarnos a otra casa muy cercana, que también funcionaba como hostal, administrada por el mismo propietario. Alojados en la mejor habitación –por la terraza y la amplitud- tenía un gran pero: ascender y descender tres pisos por una escalera estrecha y en caracol; mas, la vista de la ciudad era espectacular. Eso hasta el otro día, cuando  bajaríamos al segundo piso, mas ahora sin terraza. Pronto comprenderíamos que este primer inconveniente de alojamiento valió la pena soportar a cambio de la ubicación del hostal: en pleno centro histórico y a una cuadra de la Plazoleta del Chorro de Quevedo. Lugar histórico, ciertamente, pues se dice que allí estableció su guarnición militar Gonzalo Jiménez de Quesada, antes de que fundara la ciudad de Bogotá en la actual Plaza de Bolívar, en 1538.

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Hostal de hospedaje (frente a la casita verde), a una cuadra de la Plazoleta

Resuelta la situación, era menester tomar un descanso breve antes de realizar el primer reconocimiento del entorno urbano que habíamos escogido vía internet. En efecto, nuestra primera gran sorpresa fue que, al bajar unos pasos y doblar hacia la izquierda, ya nos encontrábamos con una buena cantidad de jóvenes que estaban apostados por todas partes en la plazoleta del Chorro de Quevedo; unos conversando alegremente, otros tomando cerveza, enamorando… Como el hambre y la sed atacaban, entramos al Rosita, un restaurante que queda al frente de la plazoleta, a fin de tomar algo y proseguir con nuestra primera incursión en busca de vituallas en un mercado cercano. Así comenzamos a conocer y visualizar mejor la ubicación del espacio. Y, ¡oh sorpresa!, caminadas unas cuadras hacia abajo, nos encontramos con Carlos, el taxista, que estaba sentado en una esquina junto a un amigo vendedor de la calle. De súbito tuve la idea de que nos hallábamos en un barrio, en familia, así como en el Quito de los años setenta, donde era tan común encontrarse con conocidos o vecinos en el centro de la capital ecuatoriana. Ah, qué confortable resulta esa atmósfera psicológica cuando uno anda por ahí por el mundo…!

Una vez aprovisionados de elementos olvidados y otros imprescindibles como agua y  medicinas, al abrirnos paso por la Jiménez –una vía amplia que permite observar hacia la cordillera andina-, como una aparición, la luna, casi llena, se asomaba poco a poco tras la iglesia de Guadalupe a más tres mil metros de altura. Quise captar una foto, al menos, pero ya mi celular había agotado su batería. Con ese pequeña frustración, emprendimos el regreso, para la plazoleta que, para estas primeras horas de la noche, ya estaba repleta de personas de lo más diversas; sobre todo jóvenes colombianos que, sentados en el suelo, reían a mandíbula batiente con los chistes y actuaciones de actores populares que iban desfilando por el improvisado proscenio con sus performances, de corte humorístico los más, otros ejecutaban música, o combinaban el humor con la música. Fue por demás gratificante ver, sentir y aplaudir la actuación de estas personas, a sabiendas de que el humor colombiano seguía siendo tan creativo, refrescante e inagotable, como en aquellos años adolescentes en que la radio colombiana nos hacía compañía. Además del placer envidiable de ver cómo, sobre todo los jóvenes y la población toda de Bogotá – también lo veríamos después en Medellín-, se dan el derecho de tomarse los espacios públicos para el disfrute y la socialización.

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Calle y casas típicas del sector

La risa tuvo la virtud adicional de abrirnos el apetito; por ello subimos al segundo piso del Rosita –desde donde se puede apreciar el movimiento de la plazoleta- para comenzar a degustar la culinaria colombiana que, según la encargada del restaurante, en esa noche había que aprovechar a un cocinero especializado en preparar pescado. Una trucha al ajillo para Jiani y un robalo a la plancha para mí. De abrebocas, “aguardientico” (que resultó ser un anisado), como para brindar por nuestras vacaciones, acompañados de aquellos ritmos caribeños tradicionales que se mezclaban con la algarabía proveniente de la plazoleta, así como con el visual rojinegro de la espacialidad interior y la múltiple corporeidad desparramada allá afuera, y de la cual seríamos parte antes de retirarnos a descansar en nuestro primer día en Colombia.

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Actor popular divirtiendo a su público en el Chorro de Quevedo

Confira a continuação da crônica na próxima segunda-feira (09/05/2016).

#Colômbia#cultura#vacaciones#viagem

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