Gabo, en mi recuerdo
1 de maio de 2014 Processocom
“La vida no es lo que uno vivió, sino lo que uno recuerda y cómo la recuerda para contarla”, es la brújula que orienta el testimonio autobiográfico de Gabriel García Márquez (GGM) en “Vivir para contarla”.
Corrían los primeros años de los setenta del siglo pasado – época de dictaduras –, cuando por primera vez me atrapaba una obra de GGM, “Cien años de soledad”. Una edición mal compaginada tenía que causar sorpresa y confusión en el imberbe estudiante que era, después de la emoción que las primeras páginas habían producido, y cuyos episodios íbamos comentando con los compañeros de grupo que, por ese entonces, habíamos formado para aprovechar el tiempo, mientras la Universidad Central había sido clausurada por la dictadura de turno. Así se inauguraba para mí una larga y apasionante relación con este gran maestro de un nuevo lenguaje literario, y con un hombre comprometido con su tiempo, su continente y la humanidad.
Aunque como estudiantes de Lengua y Literatura nuestro interés se había centrado en el gran “boom” literario latinoamericano de esos años (Mario Vargas Llosa, Julio Cortázar, Juan Rulfo, etc.), GGM – como parte de esa élite – siempre me maravilló por su imaginación inigualable y su producción diversa: crónica, cuento, novela, reportaje, guión cinematográfico; en todos estupendo, comprometido, e inspirador de empresas estéticas y políticas.
Gran maestro, además. Cómo no recordar “El Olor de la Guayaba”?, esa obra que compartiera con su amigo Apuleyo Mendoza; y que, en ese entonces, nos proporcionaría preciosas claves literarias de su producción y otras tantas enseñanzas. Y, por supuesto, han sido tan cautivantes la historia, los símbolos y el mensaje de latinoamericanidad de “El coronel no tiene quien le escriba”, que no hay cómo no volver a su lectura cada vez que es posible. Está, también, para nuestro deleite, “Crónica de una muerte anunciada” que, en mi recuerdo, no puedo dejar de asociarla a la adaptación cinematográfica estupenda que de ésta hemos podido gozar. Y, claro, no pueden faltar sus novelas maravillosas como “El amor en los tiempos del cólera” y “Cien años de Soledad”, que son como la conjunción poética y emblemática de nuestra riqueza cultural, que a los ojos eurocéntricos resulta un realismo mágico, cuando en verdad está impregnando nuestro cotidiano e imaginación dados los designios de la realidad que nos cobija, y que a veces rebasa esta escritura que sorprende.
Muy cercana a mis afectos literarios y personales está una obra del colombiano universal, “La aventura de Miguel Littín clandestino en Chile”, publicada en 1986 por Oveja Negra, y cuya tirada inicial fue de 250.000 ejemplares. Era tal la expectativa editorial en torno del Gabo en esos años!, y también del momento político que se vivía en el continente, de manera particular en Chile. Se trata de un reportaje de gran aliento en el cual, como en sus mejores tiempos periodísticos, GGM logra someter al cineasta chileno, Miguel Littín, a un maratónico interrogatorio que se cumple en casi una semana –según su testimonio –, para conocer los detalles de cómo este osado cineasta había logrado entrar de incógnito a Chile – hasta el mismísimo Palacio de la Moneda – para rodar un filme que mostrará al mundo el rostro de la dictadura de Pinochet, a través del cine y la televisión. Producto de esta encomiable labor reporteril, contenida en una versión magnetofónica de dieciocho horas de duración, nuestro autor escribió un libro fabuloso condensado en diez capítulos, que no dan sosiego cuando se ha empezado a leer:
“(…) Yo, Miguel Littín, hijo de Hernán y Cristina, director de cine y uno de los cinco mil chilenos con prohibición absoluta de regresar, estaba de nuevo en mi país después de doce años de exilio, aunque todavía exiliado dentro de mí mismo: llevaba una identidad falsa, un
pasaporte falso, y hasta una esposa falsa. Mi cara y mi apariencia estaban tan cambiadas por la ropa y el maquillaje, que ni mi propia madre había de reconocerme a plena luz unos días después.” (p. 9).
Por eso, cuando Miguel Littín se dio tiempo para visitar Quito, en abril de 2007, para compartir un seminario sobre cine, y exhibir algunos de sus celebrados filmes, no había cómo no volver a este libro para celebrar y reeditar esta y otras aventuras, con la rúbrica y el testimonio de Miguel, cuya calidad humana es tanta cuanta la maestría del Gabo incomparable, cuya escritura y existencia son el mejor legado para seguir soñando con la utopía macondiana, sin dejar de bregar por una realidad que nos libere y nos ennoblezca como especie.
Outras obras citadas no texto: