CRÓNICA DEL CHILE QUE CONOCIMOS – Parte V
14 de agosto de 2013 Processocom
DE VIAJE PARA EL SUR
Cumplidas nuestras jornadas de turismo en Valparaíso y Viña del Mar, regresamos en autobús a Santiago; pernoctamos una noche en el hotel, rehicimos nuestras mochilas para emprender nuestro periplo hacia el sur del país al día siguiente, como lo habíamos planificado anteriormente. En efecto, desde que llegamos a la capital chilena, una de las preocupaciones había sido garantizar con tiempo los boletos que nos llevaran a nuestros destinos, una vez que habíamos analizado posibles destinos y alternativas de transporte. Así es como, con la guía turística en la mano, Jiani había navegado en la Internet a fin de comprar los pasajes aéreos y efectuar reservaciones de hospedajes. La verdad sea dicha, cuando existen muchas opciones, hay que barajar también las posibilidades y, lógicamente, concordar en éstas. En nuestro caso, teníamos que decidir entre el Norte o el Sur del país. Dado el tiempo del que disponíamos, o eran los paisajes lunares de San Pedro de Atacama, las termas de Puritama, el salar de Atacama, hacia el Norte, o era la Región de los Lagos y el Archipiélago de Chiloé, hacia el Sur. Pensamos que lo mejor sería ir para el Sur, pues estimábamos que allí tendríamos mejores posibilidades y movilidad, puesto que no contábamos con transporte propio y el clima sería más propicio.
Para cumplir con nuestro objetivo –después de un “sesudo y fructífero” intercambio de opiniones-, coincidimos que lo más estratégico sería volar hasta Puerto Montt (a más de mil kilómetros de Santiago –unas trece horas en bus, o una hora y minutos en avión-). Allí haríamos nuestra base turística para poder conocer los sitios que nos habíamos propuesto (Puerto Varas, Frutillar, el Lago Llanquihue, el Lago de Todos los Santos y sus entornos), para luego emprender viaje vía terrestre y marítima hacia el Archipiélago de Chiloé, más al Sur.
Llegado el día, debíamos prever nuestra llegada al aeropuerto con la antecedencia necesaria. A la hora exacta convenida, allí estaba Sergio, nuestro parlanchín taxista, para conducirnos “al tiro” hasta nuestro destino, en medio de un envolvedor monólogo con todo tipo de ocurrencias y recomendaciones, en un inconfundible dialecto de “roto”. Pagados los doce mil pesos –una ganga, según él-, nos despedimos, y ya estábamos frente al mostrador para nuestro chequeo, que la computadora no había querido aceptar. ¡Sorpresa! El avión había salido minutos antes a nuestra llegada. Para variar, mi compañera había equivocado la hora de llegada a Puerto Montt con la hora de nuestra partida (14h). Para aminorar su desconsuelo, yo le recordaba que las cosas ya estaban mejorando, pues con ocasión de nuestro viaje a Sao Borja (población fronteriza con Argentina), la equivocación había sido de un día… (risas y caras largas, claro… Ah, y las infaltables recriminaciones y los comentarios de “si en la mañana no hubiéramos perdido tanto tiempo en comer tigrillo” –ese potaje delicioso que me esmeré en preparar, animado por haber encontrado banana verde en el supermercado, “si yo hubiese revisado los boletos, al menos…”). Para no alargar el cuento, diré que barajamos las más variadas opciones en vista de que los subsiguientes vuelos de LAN en ese día estaban completos, ya que era temporada alta. Realizadas todas las gestiones posibles, alcanzamos de una de las empleadas de la empresa la posibilidad de ensayar una espera hasta las 21h, para el último vuelo del día, si es que no se cubriera el cupo. Mi querida Jiani, a rezar…, y sus ruegos fueron efectivos, porque después de una larga y esperanzadora espera, estábamos rumbo a Puerto Montt, entrado el anochecer que aún dibujaba en el horizonte un paisaje tornasol, mientras antes de aterrizar ensayábamos una conversación con una señora de esa ciudad, quien nos dio algunas claves precisas para ahorrar tiempo y dinero, comer bien, encontrar información apropiada, y demás.
Nuestro arribo a Puerto Montt, inclusive a esa hora (22h30), fue glorioso! Después de todo, estábamos de suerte (ya nos imaginábamos reprogramando todo ese periplo tan deseado; viajar en autobús trece horas, perder las reservaciones y el pasaje de ida …). Así era, no podíamos quejarnos, finalmente, conseguimos el último taxi para dirigirnos al centro de la ciudad en compañía de un taxista que completó la información que estábamos precisando para movernos mejor en la región escogida. Llegados al hotel que habíamos reservado, la habitación ya había sido ocupada porque no llegamos en el vuelo de la tarde, lo que nos obligó a trasladarnos al único en el siempre tienen lugar… A esas alturas, cualquier cama resultaba buena para descansar después de un día de tantas emociones.
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