CRÓNICA DEL CHILE QUE CONOCIMOS – Parte I
17 de julho de 2013 Processocom
Un aterrizaje perfecto del piloto de LAN nos había depositado sobre suelo chileno por primera vez. Entre curiosos y expectantes, allí estábamos con mi compañera Jiani para empezar nuestra aventura en la tierra de Neruda. Desde las alturas ya habíamos contemplado la orografía caprichosa que circunda a Santiago, donde la cercanía a la cordillera de los Andes es determinante.
Más de cuarenta años habían sido necesarios para percibir lo que estaba sintiendo al momento de dirigirnos al centro de la capital chilena. En efecto, eran los años setenta del siglo pasado cuando yo había pretendido ir Chile para vivir de cerca el proceso revolucionario de ese país; mas la brutal dictadura de Pinochet me dejó sin esa oportunidad, y poco a poco fue apagando también la pasión amorosa por Paulina, una mujer chilena que inicialmente había conocido por correspondencia y que, más tarde, me había visitado en Ecuador. Había sido necesario que me casara con Cecilia y viera crecer a mis hijos (Gabriela y Alberto David), que trabajara veinte años como profesor de educación media y treinta y dos como docente universitario, que me jubilara en Ecuador e, inmediatamente, me viniera a vivir con Jiani en Brasil, para juntos decidir este viaje tantas veces postergado, ya que, incluso, hace tres años también lo había intentado; pero en esta ocasión había sido un desastroso terremoto que lo frustraría en la víspera del embarque.
Un sentimiento de curiosidad extraña me invadía mientras el chofer de la furgoneta nos conducía al hotel que habíamos reservado en el centro de la ciudad. El sol del atardecer del 29 de enero de 2013 iluminaba el asfalto que el vehículo devoraba rápidamente, mientras en los flancos se divisaban los cerros arenosos de Santiago y yo seguía masticando reminiscencias casi olvidadas de un tiempo tan diferente. Llegados a la urbe, nos posicionamos de nuestra habitación para programar la estancia, que empezó esa misma noche con un paseo corto y una comida deliciosa en un barrio bohemio cercano al Cerro Santa Lucía. A Jiani y a mí, Santiago nos recordaba un poco a Buenos Aires, o talvez a Madrid. Siempre que uno empieza a conocer otros sitios tiene la tendencia a comparar con lugares que ya conoció o que le han sido familiares. Con Santiago apenas si la sentí como una ciudad nueva; no sé por qué la relacionaba con Madrid, a pesar de que la estaba requiriendo siempre por sus sitios históricos, populares o referentes, como el edificio de la Moneda, el mercado central, la casa de Neruda, la Alameda…
Fueron, en efecto, unos cuatro días de estadía en los que pudimos sentir la amabilidad de su gente, recorrer sus calles y contemplar sorprendidos esa mixtura arquitectónica entre construcciones neoclásicas y edificios muy modernos. No faltaron tampoco las visitas a librerías, mercados, parques, bibliotecas, museos, cafeterías, restaurantes de una cocina deliciosa, aunque a precios bastante elevados, al igual que la mayoría de productos y servicios.
Debo mencionar con especial aprecio la visita que realizamos a la “Chascona”, una de las casas de Pablo Neruda; edificación inspirada en la arquitectura de un barco y cuyo nombre responde al apodo que cariñosamente Neruda le había dado a su tercera esposa, Matilde: Chascona (despeinada). La verdad es que allí uno puede sentirse como suspendido en una embarcación pequeña, en lo alto de un barrio bohemio; casa en la cual viviera sus últimos días y fuera velado el vate, para luego ser trasladado por una marea de chilenos dolidos que, venciendo su miedo a la sangrienta junta militar recién impuesta, le decían presente a su poeta. En una visita guiada, las personas pueden apreciar las predilecciones del poeta por las colecciones de diferentes objetos como conchas, lozas de diferentes países, pinturas de grandes maestros como Siqueiros, esculturas, fotografías, etc. Están a la vista ejemplares de algunas ediciones originales de sus libros, el certificado y la medalla que le otorgaron en Estocolmo cuando reconocieron en él al Premio Nobel de Literatura de 1971. Entristece, sí, ver cómo todo ese entorno tan lleno de significaciones nobles, hoy lo han convertido en un desalmado sitio (fundación) donde se comercializa todo a precios escandalosamente altos y sin miramientos ni diferenciaciones, digno de una sociedad capitalista de consumo indiscriminado. ¡Contradicción de contradicciones!; pensaba y pienso para mis adentros: ¿Qué diría de eso el poeta si estuviera vivo? (y así lo dejé escrito en el cuaderno de los visitantes).
Como casi siempre ocurre en estas aventuras turísticas, fueron varios los lugares programados que no pudimos visitar, sea porque estaban en mantenimiento, sea por el cansancio causado por un verano agobiante o porque el tiempo nos resultó escaso. Pero, de igual forma, cuando se camina mucho por las calles uno puede apreciar y constatar tantas otras cosas; como, por ejemplo, el gusto o la adicción de muchas mujeres santiaguinas por el tabaco –de lo que vimos, mucho más que los hombres-, el respeto que las personas tienen por los perros; estos animales –generalmente grandes- pasean y duermen en cualquier lugar sin que nadie los moleste, y hasta son motivo de noticias televisivas, como aquella que aludía a una pequeña manifestación en contra de la acción de dos jóvenes que habían arrojado a uno de estos fieles animales desde un balcón en un pueblo del norte. Y, hablando de televisión, la que logramos ver era tan mediocre como la de la mayoría de nuestros países; con insistencia en la crónica roja, en las noticias socialmente irrelevantes, en concursos y el humor barato.
Você pode conferir a continuação de “Crónicas del Chile que conocimos” todas as quartas-feiras aqui no site do Processocom.